La "razón" de la conquista

La tradición occidental de extender los dominios territoriales en términos imperiales proviene de la sociedad greco-latina, y en efecto, esta es la matriz hispana desde la cual se resignificaron las prácticas propias de la empresa político-militar que se instauró en el mundo inca y azteca. Provistos de nociones aristotélicas fundadas en la superioridad de lo natural como prefiguración de lo perfecto por sobre lo bárbaro y salvaje, el padre de la lógica occidental sostenía:

“Y si rechazan tal imperio se les puede imponer por medio de las armas, y tal guerra será justa según el derecho natural lo declara [...] En suma: es justo, conveniente y conforme a la ley natural que los varones probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen sobre todos los que no tienen estas cualidades" (Ramos, 2009:23)

En ese sentido, el discurso colonial empleó una estrategia de diferenciación en dónde las cualidades tales como la probidad, la inteligencia, la virtuosidad y la misma condición de humanidad se resguardaban haciendo uso de la violencia. En ese sentido, el uso de la fuerza resulta absolutamente justificable siempre y cuando responda a este propósito. Lo que supone no reconocer la posibilidad de la existencia de otras lógicas instauradas fuera del dominio de los imperios en occidente. Y aunque España tuvo noticias del tipo de administración política que se desarrolló en el mundo inca y azteca, esto no fue suficiente para equiparar fuerzas políticas, por lo que a decir de Ginés de Sepúlveda:

“Pero mira cuánto se engañan y cuánto disiento yo de semejante opinión, viendo al contrario en esas instituciones [aztecas o incas] una prueba de la barbarie ruda e innata servidumbre de estos hombres [...] Tienen [ciertamente] un modo institucional de república, pero nadie posee cosa alguna como propia, ni una casa, ni un campo de que pueda disponer ni dejar en testamento a sus herederos [...] sujetos a la voluntad y capricho [de sus señores] que no a su libertad [...]. Todo esto [...] es señal ciertísima del ánimo de siervos y sumiso de estos bárbaros”  (Ramos, 2009:32)

La contraposición entre la noción de propiedad de occidente frente a la noción empleada en el mundo inca y azteca superaba la posibilidad de buscar equivalentes en términos políticos; fueron los valores culturales los que finalmente definieron la interferencia sobre ambos territorios, por eso Ginés de Sepúlveda desmerece el reconocimiento del nivel de organización política del imperio inca y azteca. A su vez Ramírez Horton sostiene: "Para la mentalidad española, las huellas distintivas de la propiedad eran, en última instancia, el control de algo y el derecho a disponer de ello…" (2002, 90).


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