La vida misional de Vizcardo probablemente no fue de lo más extensa como para pensarlo en un experto en la materia. Después de todo, poco tiempo después de haberse incorporado a las filas de la Compañía, no debió pasar muchos años para experimentar en carne propia el proceso de expulsión. Observando con ello, cómo su institución era objeto del vejamen más procaz al despojarlos de sus tareas educativas-misionales y de los frutos de sus labores económicas-administrativas. Lo cual significó un impacto importante, lo suficiente como para cuestionar el vínculo de la Corona con respecto a sus colonias. En donde ni siquiera las labores eficientes de una institución religiosa como la de la Orden de los Jesuitas, mereció tener un “reconocimiento proporcionado” antes de la ejecución de una orden real que contemplara su completa extinción en la total extensión del dominio hispanoamericano.
Dentro de ese contexto convulsionado, era comprensible la disposición de Vizcardo a reflexionar sobre ese punto en particular, llevándolo a discurrir sobre los mismos orígenes de la expansión de los territorios hispanos sobre todo, por los servicios que estuvieron involucrados en dicha empresa. En donde “…la inclinación natural, a su país nativo, les condujo a hacerles el más generoso homenaje de sus inmensas adquisiciones; no pudiendo dudar que su servicio gratuito, tan importante, dejase de merecerles un reconocimiento proporcionado, según la costumbre de aquel siglo, de recompensar a los que habían contribuido a extender los dominios de la nación” (1). En ese sentido, pensar en la relación conflictiva entre servicios y expansión (territorial y espiritual), terminó por erosionar un vínculo sagrado (2) cuya data alcanza los mismos tiempos de la formación de la sociedad feudal. Por lo que, la forma más “racional” de explicar los hechos era simplemente reconocer que las colonias estaban sujetadas a un gobierno “tirano”.
Por otro lado, ¿Qué representó estar expulsados de Hispanoamérica desde su condición de jesuita? Esta cuestión nos remite directamente a comprender el ejercicio de la opinión pública de Vizcardo por lo que es necesario remarcar que, según Roger Chartier (1995:34), en cuanto al surgimiento de la esfera pública, ésta: “no conoce, por ende, las distinciones de órdenes y los estamentos que jerarquizan la sociedad. En el intercambio de los juicios, en el ejercicio de la crítica, en la confrontación de las opiniones, se establece a priori una igualdad entre los individuos que solo distingue la mayor o menor evidencia y coherencia de los argumentos esgrimidos”. Ahora, si bien es cierto que esta definición estuvo pensada sobre el comportamiento burgués occidental, es cierto también que alrededor de la Compañía de Jesús confluyeron elementos propios de un comportamiento “racional” que no pudo expresarse mejor en su labor económica frente a las propiedades que administraron. A las cuáles convirtieron en eficientes unidades de producción (3) tanto en el virreinato del Perú como el de Nueva España. Además de la incorporación de preceptos propios de la ilustración dentro sus currículos educativos, que a la postre los convirtieron en los responsables directos de la formación de la élite gobernante de Madrid. Por ello, no afirmamos que estemos frente a un “tipo ideal” burgués pero sí a un modelo aproximado.
Otro punto que es necesario esclarecer concierne al nivel de pertenencia de Vizcardo respecto a su institución, sobre todo luego de la expulsión. Porque no puede hablarse de un sujeto social que hace uso libre de la razón pública, si éste aún permanece dentro de las relaciones de dominio de determinado “cuerpo” institucional (Chartier, 1995: 37). Por lo que creemos que de algún modo, los cuarentaicuatro años de vida exiliada –que transcurrieron entre el “extrañamiento” masivo (1767) y la producción de la Carta (aproximadamente 1792)– constituyeron el escenario de “liberación” de las relaciones de dominación que significaba laborar bajo la vigilancia de los padres regulares y de la misma Corona. Además que el mismo Vizcardo solicitara su secularización para poder regresar al virreinato peruano; el mismo que no pudo conseguir. Por lo que nuevamente vivió la experiencia del exilio. La primera, por alejarlo de la Compañía y la segunda, por distanciarlo de su tierra natal.
En ese sentido, Viscardo, como sujeto social, luego de explicitarse su estatus civil al de un “ciudadano” expatriado. Pudo dirigirse al poder elaborando críticas y procurando un sentido de “comunidad” entre quienes él consideraba, que también eran objetos de la tiranía del poder. Cuestión que por su parte, estaba decido a no pasar por alto porque: “…toda ley que se opone al bien universal de aquellos, para quiénes está hecha, es un acto de tiranía, y que el exigir su observancia es forzar a la esclavitud…” (4).
La utilización de un tipo de carta denominada “edificante” (Torales, 2007: 161), como instrumento educativo, por parte de la Compañía, era ya parte de las prácticas habituales que estaban destinadas a propiciar un espacio de “reflexión” entre los misioneros. Prácticamente su lectura revestía una suerte de alimentación espiritual que, en palabras de Torales Pacheco (2007: 162), para el caso de Nueva España: “…la mayoría de éstas misivas circulaban manuscritas entre los superiores de las residencias y colegios… y se leían en los refectorios a los jóvenes soldados de Cristo”. Sin embargo, según la autora, lo más interesante de las cartas era el mensaje que éstas contenían. Ya que tenían por objetivo resaltar las virtudes “individuales” de los miembros fallecidos, por lo que en ello podemos hallar una práctica que contribuyó sistemáticamente a formar el perfil crítico de Vizcardo como sujeto social. Sobre todo, tratándose del énfasis puesto sobre el individuo en medio de un espacio social corporativista.
En ese sentido, el sentir reflexivo de un misionero se concretó en la prédica, tal y como lo demanda la biblia cuando expresa: “Ir y predicar a toda criatura”, esbozándose con ello la razón de ser de un misionero o el de una “misión”. Pero en el caso de Vizcardo, él no tuvo la oportunidad de pasar del “refectorio” al “púlpito”. De “ejercitar” sus lecciones espirituales. Él, como soldado de Cristo, aún le restaba adentrarse en el “campo” de las almas para convertirlas, y traerlas al rebaño. Sin embargo, el proceso de la expulsión lo invitaría a reflexionar, no solamente sobre sus compañeros exiliados, no únicamente sobre los hermanos que logró forjar durante el corto tiempo en el Seminario del Cuzco. Sino que, convirtió a América en el escenario de un nuevo refectorio, y a los criollos, en objeto de exaltación virtuosa. Y al no haber tenido el púlpito para expresar sus ideas, convirtió a la Carta en la tribuna de sus demandas, delineando en él, la misma historia de ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación que restó el expandir temporal y espiritualmente los dominios de la Corona hispana.
Notas
1 Antonio Escudero, Juan Pablo Vizcardo y su…, pág. 329
2 Ver BLOCH, M. La sociedad feudal. La formación de los vínculos de dependencia. (D.F. México: Editorial Hispano-Americana, S.A. de C.V., 1979)
3 La rentabilidad de las propiedades jesuitas fueron un hecho en el virreinato del Perú y en Nueva España. Para tales efectos revisar: ALDAN RIVERA, Susana. «Industrias coloniales en la economía virreinal.» En el Perú en el siglo XVIII, de S. O'PHELAN GODOY, 69-98. Lima: PUCP/IRA, 1999; ALJOVÍN DE LOSADA, Cristobal. «Los compradores de Temporalidades a fines de la Colonia.» Histórica XIV, nº 22 (1990); BRAVO ACEVEDO, Guillermo. «http://.unce.clo/-investi/avance-g-bravo.html.» 14 de Agosto de 2004. (último acceso: 2006); CHEVALIER, F. La formación de los latinfundios en México. D.F. México: FCE, 1976; FLRESCANO, E. Haciendas, latinfundios y plantaciones en América Latina. D.F. México: Siglo XXI, 1975; KICZA, J.E. Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de México durante los borbones. DF. México: FCE, 1986; MACERA, Pablo. Trabajos de Historia. Vol. III. Lima: INC, 1977.
4 Antonio Escudero, Juan Pablo Vizcardo y su…, pág.330
Comentarios
Publicar un comentario