Venezuela: de apasionamientos y reflexiones


Las últimas elecciones presidenciales en Venezuela despertaron apasionamientos a los no precisamente chavistas. Tampoco, necesariamente en términos de acción política pero, sí desde aquella trinchera en dónde se considera poco improbable los apasionamientos porque se trata nada más y nada menos que, de reflexiones académicas surgidas a partir de un evento probablemente lejos, no tanto de nuestras fronteras geográficas, como de las herramientas conceptuales a las que concurrimos asiduamente.

La circulación de información respecto a este suceso fue imprescindible en la prensa tanto como las opiniones posteadas en algunas redes sociales populares. Y es altamente probable atestiguar que el malestar general por los resultados electorales no sólo fue asunto de los electores de Capriles, sino también de los probables ′simpatizantes′ que éste había ganado más allá de sus fronteras nacionales. Sin embargo, no estoy tan segura que la expectativa puesta en el opositor de Chávez se haya generado tanto por él como en las suspicacias o preocupaciones que generó este último.

En el transcurso de este evento cuasi-desterritorializado, mencionar el nombre de Hugo Chávez invitó a poner sobre la mesa una suerte de “demanda” sobre formas dignas de hacer política y rememoró con ella, el pasado autoritario y sobre todo, la comparación con formas de gobierno dictatoriales (militares) latinoamericanos a quienes “ya no se deben tolerar”  dentro de una cultura democrática de la que, no sólo Venezuela, adolece.

En este sentido, algunas reflexiones se encargaron de articular nuevas etiquetas en torno a la noción de autoritarismo y su relación directa con determinado proceso electoral. Pero, en ellas, subsistió una fuerte relación –hasta cierto punto paradojal– respecto a la centralidad de Hugo Chávez como figura política y, principal responsable del aparato (estatal) que dirige frente a una suerte de depreciación en cuanto a la incursión de los electores y/o multitudes que lo respaldan o legitiman.

Esta paradoja no sería tal sino no se denigrara en términos reflexivos el concepto difuso de ′populismo′ y su relación con el poder, sin caer en las pesadillas –políticas- que ésta suele generar. Porque de ser así, es muy probable que la demanda de formas dignas de hacer política acompañe la demanda de ′formas dignas de reflexionar′ las prácticas políticas. Y ésta última sería desventajosamente anti-reflexiva y hasta cierto punto inconsistente con una cultura política que acusa democracia.

De ese modo se entiende que, explicar la victoria de Chávez sobre la facultad de éste para “administrar” los ingresos generados sobre el petróleo suena tan vago (hasta decimonónico) tal y como sostener que “naturalmente” debía de ganar. O, que su bolsón electoral fue ′financiado′ a merced de los gastos sociales destinados a resolver entre otros, el problema de la vivienda que, fácilmente puede ser parafraseado en la sentencia simplificante y ′popular′: “billetera mata elector”. O, señalar sin ambages: “Chávez ganó pero Venezuela está dividida” y en este punto en particular, es probable que la beligerancia electoral fue eso… electoral. Y ya terminó.

Chávez es autoritario, personalista, carismático, padece de mesianismo… etc., es todo eso y algunas cosas más. Pero él es el portador de poder en relación a sus subordinados, mas no es el poder. Porque este no consiste tanto en doblegar voluntades como en neutralizarlos. Y el hecho de celebrar elecciones electorales lo corrobora. En ese sentido, que haya existido la posibilidad de cambiar el gobernó de Chávez es una alternativa (política) que ha sido asumida popularmente y en esta ocasión lo ha favorecido. Sin embargo, tampoco garantiza que sea sostenible en el tiempo, por lo menos, hasta que implosione por eclosión.

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